MITOLOGÍA Y COSMOVISIÓN
Ahora
ingresaremos al complejo mundo de la mitología andina y su cosmovisión,
producto de la vivencia milenaria de u pasado remoto, del que se conserva su
pensamiento mítico hasta hoy en las comunidades nativas aymaras y quechuas. Nos
vamos a referir a las actuales poblaciones del occidente de Oruro (región de
Jach’a Karankas), sin olvidar que cada grupo humano o cultura posee un modelo
explicativo del mundo en el que vive, tanto en los aspectos sociales, como en
los económicos y cosmológicos. Para el pueblo andino, el universo es percibido
en tres espacios o niveles llamados pacha:
Alaxpacha
-. Es el mundo de arriba, del más allá o el cielo.
Akapacha
-. Es el mudo real y visible en el que vivimos.
Manqhapacha
-. Es el mundo de abajo o el subsuelo.
Cada
uno de estos mundos está habitado por seres vivientes organizados por
jerarquías, como una forma de ordenación de los valores conferidos al superior
y a sus subordinados, con influencia directa sobre los hombres como veremos a
continuación.
Alaxpacha
-. Es el primer plano, allí viven los hombres buenos convertidos en espíritus,
junto a los santos y ángeles cuya providencia es Dios. Consideran también que
allí moran los dioses tutelares de los aymaras, el Sol, la Luna y las
estrellas.
En el
pensamiento cósmico del aborigen existe una relación recíproca entre el hombre
real de la tierra con las estrellas, es decir que cada hombre o mujer de la
tierra tiene su estrella en el firmamento, por eso cuando muere una persona
también desaparece su estrella en el espacio. El Sol es considerado como el
astro benefactor de la vida y de todo cuanto existe en la tierra (los seres
humanos, las plantas y los animales), y la Luna como la diosa protectora de las
mujeres.
Akapacha
-. Es el mundo en el que habitamos todos los seres humanos sin distinción
alguna, con ciertos deberes telúricos, sociales y morales, sujetos a la
prodigiosa acción e interacción con la Pachamama reconocida como la diosa de la
fecundidad. Es el mundo en el que los seres humanos debemos vivir en armonía
entre sí y con las autoridades naturales y en relación próxima con los seres
del más allá.
El
poblador aymara, por el hecho de vivir arraigado a la tierra, contrae una serie
de obligaciones rituales con la Pachamama, que le cobija con su manto dándole
los medios para su subsistencia, conforme a un dicho popular: “Vive en armonía
con la naturaleza y recibirás sus dones en forma generosa y abundante”; en
efecto, los rituales que el habitante andino realizaba y realiza aún, tiene
relación con la naturaleza mistificada, cuyas ceremonias más importantes son:
- La
Wilancha: Sacrificio con animales.
- La
K’illpha: Marcado de orejas del ganado.
- Ajayu
Uru: Día de los difuntos o Todo Santos.
- Marka
Q’ullu Uru: Día de la Pachamama.
La
Wilancha -. Ha sido y sigue siendo la practica religiosa oficial de los
aymaras. Al realizar un proyecto o una obra significativa como la construcción
de una casa, una obra comunal, un templo, un local escolar o al realizar un
viaje largo, como requisito tenían que realizar una wilancha o wilara de una
llama como presagio de buen augurio, precedida de una ch’alla y acullico,
además de otros ritos complementarios según sea el caso. Todas las ceremonias
rituales se cumplen con la “ch’alla” en su inicio.
Todas
las personas y/o comunarios, si así fuera su intención, podían realizar la
“wilancha”; sin embargo, para cumplir con este acontecimiento existen en el
ayllu personas carismáticas que tienen el don especial de contactarse con los
espíritus y dioses tutelares del aymara, para suplicar y pedir a los “uywiris”
(Padre o Madre protectores), a la Pachamama, a los achachilas, y demás
fenómenos naturales, todo cuanto necesitan, de manera que en la aspersión de la
sangre y la entrega de la “muntara” o “puntara”, el sacerdote, “yatiri” o “
phoqheri”, entra en comunión misteriosa y relación directa con la naturaleza
comprendida entre la tierra y el macrocosmos.
El
proceso de la wilancha se inicia con el sacrificio de una llama, en el que,
mientras uno degolla al animal expiatorio, el sacerdote recibe la primera
sangre en una vasija grande, y con dos vasos o platillos de barro ceremoniales
arreglados con anticipación, conteniendo un poco de coca, copal, azúcar,
chocolate, inicia el rito de la aspersión del suelo y de las paredes, pidiendo
en tono suplicante a los dioses de acuerdo al objetivo de la wilancha, y
concluye con la entrega y quema de un plato preparado de “muntara” o “puntara”
a los Mallkus y dioses tutelares. La wilancha es presidida por un “yatiri” o
“phoqheri” que tiene amplia experiencia en esta ceremonia. El acto concluye con
un abrazo de paz entre los asistentes, como un símbolo de hermandad.
La
K’illpha -. En el campo, los rebaños de llamas, alpacas y corderos se
confunden, lo que hace muy difícil reconocerlos, esta es la razón por la que
desde nuestros ancestros se acostumbra marcar las orejas de los ganados, acto
que con devenir del tiempo se convirtió en un rito sagrado. Con este motivo se
realiza una o dos marcas en el pabellón de la oreja del animal, delante o
detrás, simple, doble o triple, de manera que cada familia tiene una señal
propia, por la que reconoce a sus animales. El ritual preparado para el efecto,
consiste en que previamente se alistan hilos y madejas de vistosos colores y se
realizan aretes o zarcillos para las hembras, borlitos de lana de color para
los machos, llamados sombreros. Ambos llevarán adornos de lana de color
(llamados “chimpu”) amarrados en el cuello, en el lomo y en los brazos, esta
ceremonia se cumple con intervalos de dos a tres años y de preferencia en el
tiempo anterior a carnavales. La secuencia de actividades en el ritual de la
k’illpha es como sigue:
Ø Por
la mañana se introduce al ganado al aprisco o corral.
Ø Los
dueños cargados de “chhaqheqepi” (bultos de aguayo) ingresan y dan una vuelta
de saludo al ganado a los acordes del canto de la llama, charlando con ellas de
lo que van a hacer, entre tanto el maestro guitarillero interpreta la melodía,
luego amarran a dos o más llamitas maltonas llamadas “jilaqallu” (primeras
crías).
Ø
Empieza la ch’alla con coca y alcohol. Se improvisa una mesita tendiendo un
aguayo, donde se coloca la “inkuña” con coca como acto preliminar de la
k’illpha.
Ø
Akullican y liban en honor a sus dioses y divinidades, a sus difuntos padres y
abuelos, hasta llegar a los sitios donde pastan los ganados llamados “markaqullu”,
mientras el maestro kitarrillero sigue amenizando con su música.
Ø
Ch’allan y liban para “jach’a Pusisuyu, jisk’a Pusisuyu” (Mallkus mayores y
menores) que están representados por los cerros mayores como el Illimani,
Illampu, Sorata, Sajama, Tata Sabaya y otros. De igual manera por los cerros
menores y locales. Luego empieza la marcada, el esposo o dueño del ganado se
llama “lari” porque será el que realice las marcas, la esposa se llama “epa”,
los ayudantes encargados de sujetar a los animales se llaman “tolqas”. Cada
trocito de oreja lo depositan sagradamente en la wistala de la mujer. Después
de concluir con la última llama, cada invitado o vecino o acompañante tiene la
obligación de “ch’allar” con su “samxata” (buen augurio), que no es otra cosa
que decir buenos augurios, para que la Pachamama y los Markaqullus les den
abundante ganado.
Ø
Concluida como fuere la ceremonia de la k’illpha, sacan del corral al ganado,
donde propios y extraños les echan coca con azúcar y mixtura deseando para
bienes, después de un abrazo de paz (Parwina) los dueños con sus acompañantes
se trasladan a la casa, bailando con emoción a los acordes de la kitarrilla,
con el canto “sevaremigusto” que parece significar “será mi gusto”. En la casa
se sirven la cena y el asado después de un acto de agradecimiento a las
divinidades, luego de un breve descanso concluye la fiesta con una verbena,
donde se baila el “romero – romero”, que no es más que una alegoría del manejo
de los animales domésticos, así termina este ritual.
Se
remarca el carácter formal y sagrado que se da a este gran ritual de la
k’illpha, donde dueños y acompañantes solemnizan el acto con absoluto respeto y
consideración a sus animales, como si se tratara de su verdadero cumpleaños,
porque posibilitan su subsistencia.
Ajayu –
uru -. Es el día de los difuntos, en la actualidad se celebra el 1 y el 2 de
noviembre de cada año, con un festín de comidas y bebidas en conmemoración a
los difuntos. El primer día, después de servirse los platos tradicionales, los
invitados y comensales presentes, por indicación de los dolientes, rezan para
los muertos de hasta dos a tres generaciones pasadas. Estas costumbres han
echado raíces profundas desde tiempos inmemoriales, porque se creía en la
inmortalidad del alma, que después de la muerte podía sobrevivir el espíritu y
tener influencia sobre sus descendientes, porque estaba dotado de poderes
espirituales como Pachacámac. Por estas razones esperaban a sus difuntos desde
los primeros días de octubre, colocando en cada casa una mesa con toda clase de
comidas en platos, frutas y masitas pintadas con airampu llamadas “t’ant’a
wawas” como símbolo de abundancia, que debían bendecir los difuntos al
descender. Esta es una herencia tradicional que aún perdura hasta nuestros días,
incluso está establecido de manera general que si los dolientes no recuerdan a
sus difuntos, estos podrían castigar desde el cielo a su descendencia. Mas
tarde se acostumbró retribuir a los difuntos con la Santa Eucaristía celebrada
por los sacerdotes en el mundo católico.
Según
ilumina la tradición, antes del advenimiento del calendario gragoriano, las
tribus aymaras del gran Tiawanacu también sabían tributar culto a los difuntos,
personificados en los animales, cerros y astros del universo, totemnizados como
sus antepasados inmediatos, celebrando solemnemente los rituales de costumbre
dirigidos por los yatiris o adivinos que pedían con clamor para los dolientes.
Markaqollu
uru -. Es el día de la Pachamama, que habitualmente se celebra el 30 de noviembre
de cada año, en otros pueblos se celebra en la fiesta de Pentecostés, es el día
consagrado a la madre tierra que durante siglos y siglos proporciona el
sustento diario tanto al ser humano como a los animales. Y como retribución se
le ofrece la wilancha de una llama, acompañada de una profusa ch’alla,
rindiendo culto a la naturaleza con acompañamiento de su música vernacular,
kitarrillada, o tarqueada, ocasión en la que los “phoqueris” o yatiris, en
profundo y misterioso éxtasis hablan, charlan, piden a la Pachamama y a los
“uywiris” todo lo necesario, y le entregan en zarza ardiente la “qowa” y la
“muntara” como símbolo de agradecimiento, suplicando a la vez por más
abundancia en ganados, bienes y producción agrícola. En est6os rituales, la
Pachamama estaba representada objetivamente por el “markaqollu” que al estilo
del ekeko de La Paz, preparan de un palo más o menos de un metro de longitud,
ataviado con banderas blancas, plantas y flores naturales, sus wistallas y
tragos, todo en miniatura, mixtura y serpentina, feto seco de animales, etc.
Este díua debía recordarse en ocasión de los movimientos de los astros, como en
luna nueva o “jairi”, en luna llena o “urt’a”, humeando abundante copal y otros
materiales para estar en contacto íntimo con la naturaleza.
Manqhapacha
-. Es el mundo plano, donde se supone vivían los espíritus malos, los demonios
llamados “Supaya” o “ Ñanqha”, las almas de los hombres y mujeres que en vida
cometieron desmanes inducidos por el diablo, se suponía también que de la oscuridad
de sus abismos saldrían ciertos monstruos destinados a castigar o a comerse a
los malos.
Como se
ha visto, en el mundo aymara se usan categorías simbólicas y míticas para
expresar sus observaciones y pensamientos acerca de la realidad que le circunda.
Para el hombre andino, todas las cosas materiales y los seres visibles del
macrocosmos, tienen una relación recíproca y una armonía espacial, entonces, es
a partir de esa cosmovisión que se han desarrollado sus códigos de vida y sus
normas de conducta, en estricta relación con la naturaleza, con sus semejantes
y con sus dioses convencionales. Las infracciones constituyen daños contra la
naturaleza, contra sus congéneres y contra las divinidades.
Comentarios
Publicar un comentario